Los climas mediterráneos entran dentro del grupo de los llamados secos. Así se consideran a aquellos cuya pluviometría es inferior a los 800 litros de precipitación total anual, aunque en esa definición entran en juego otros factores. El clima de Córdoba es mediterráneo, seco, incluso con ribetes de continentalidad porque se encuentra alejado de la influencia del mar y su amplitud térmica es muy amplia. Las elevadas temperaturas del estío, que alcanzan los cuarenta y siete grados, llevan a algunos a pensar que aquí no existe el invierno.
Otra de las características de los climas mediterráneos es la irregularidad y tiene como efecto una meteorología que se muestra muy caprichosa. Hay periodos en que las lluvias, que llegan a ser torrenciales, generan graves problemas y provocan inundaciones.
Hoy las grandes avenidas del Guadalquivir apenas se recuerdan, pero en otro tiempo causaban gravísimos problemas, atascando los molinos de la ribera e incluso llevándose por delante algunos tramos del Puente Romano. En otros momentos las sequías han sido la nota dominante, duras y prolongadas en exceso. Las más graves se encuentran reflejadas en los ‘Anales de la ciudad de Córdoba’, de don Luis María Ramírez de las Casas-Deza, y también hay referencias en los deliciosos paseos de Ramírez de Arellano.
Esas sequías siguen generando en la actualidad dificultades porque ni la existencia de una importante red de pantanos que han acumulado agua en los años lluviosos, gran parte de ellos construidos durante el franquismo -el embalse de Mequinenza, llamado mar de Aragón (1964), el pantano de Buendía (1958) o el pantano de Iznájar (1969) o el de Alcántara (1969)-, pueden resolverlas, aunque durante un tiempo logran paliar sus efectos. Las sequías no son, pues, algo nuevo en el ámbito mediterráneo en general -tenemos incluso referencias bíblicas muy explícitas-, ni en el caso de Córdoba. Se dan con cierta periodicidad.
Los pantanos cordobeses se encuentran hoy al 23% de su capacidad. Significa que de los 3.411 hectómetros cúbicos que almacenarían estando al cien por cien, sólo tienen 792. Esas cifras, graves de por sí, cobran mayor dimensión si señalamos que el agua embalsada en la última década se sitúa ligeramente por encima del 61%. La sequía también afecta al estiaje de los ríos.
Muchos cauces están completamente secos en invierno y el Guadalquivir, a su paso por Córdoba, casi puede cruzarse a pie enjuto. En algunas zonas de Andalucía han comenzado las restricciones y si la primavera no se presenta lluviosa, esas restricciones irán a más y se extenderán a muchos otros lugares. La sequía es ya palpable en la restricción de agua a los cultivos -muchas hectáreas de secano se han convertido en regadío-, que son los que consumen la mayor parte del agua embalsada, lo que nos señala la gravedad del momento. Esperemos que la primavera nos traiga las lluvias deseadas, llegarán como ‘agua de mayo’. La sequía no es una novedad, pero sus efectos, pese a que la estructura socioeconómica de hoy es muy diferente, pueden ser demoledores. Esperemos que estas lluvias se prolonguen, pero sin polvo del Sahara.
(Publicada en ABC Córdoba el 18 de marzo de 2022 en esta dirección)